En aquellos años, la familia y el decoro político a Spielberg se la traían floja. Con Raiders of the lost ark manifestó su absoluto idealismo en una historia protagonizada por distintas facciones y caracteres en la cual, supuestamente, debíamos empatizar ( y así fue y será por siempre ) con el arqueólogo del sombrero y el látigo. Éste, al igual que Richard Dreyfuss en "Encuentros en la tercera fase", antepone la misión por encima de las necesidades comunes relacionadas con el hogar y el cuidado de la mujer y los hijos. Se pasa la película viajando, corriendo y partiéndose la cara contra quien sea con tal de alcanzar el objetivo, pero no un objetivo materialista como suelen ser los relacionados con los problemas del hogar burgués, sino de carácter intelectual y -específicamente en el ámbito profesional de un arqueólogo o de un historiador- de carácter mistérico, siendo así un hermano espiritual tanto del nazismo esotérico de Adolf Hitler como de su aparente antagonista francés, conocido como Belloch. En el fondo todos son lo mismo, misioneros chalados a la caza del objeto de poder más importante de la historia de la humanidad, que finalmente será el cáliz y la sangre redentora de Cristo. Y fijémonos en el papel que juega la mujer; en ocasiones un lastre, en otras convenientemente secuestrada en manos enemigas, o arrojada a lo bruto al pozo de las serpientes para evitar que sus encantos distraigan a los soldados de la esvástica. Hay método, hay genio y hay afinidad para con los amantes de la vieja guardia. Y por eso amáis o habéis amado a Indiana Jones y a sus camaradas: todos aquellos que elegisteis primero el trabajo, los estudios o la vocación del tipo que sea, sacrificando los placeres o las veleidades mundanas.