"¿Le habrán matado?
No, aún está vivo. Sólo John es capaz de cabrear así a alguien"
Somos reblanditos, y por eso nos gustan los tipos duros. Esto nos lleva a 1988, cuando en todo el mundo los cines alumbraron el personaje de John McClane, signo de un supuesto declive ( "una cultura en decadencia...", la de John Wayne o la de Arnold Schwarzenegger, dice en un momento dado el otro personaje antológico, Hans Gruber ) relacionado con aquello que James Cameron citó hace no mucho: Die Hard es la última gran película masculina. La que supo definir el papel del "anti-héroe" de modo que se convertía, no en un arquetipo, idea, o imagen de un superhombre, sino en un hombre real, lleno de vulnerabilidades y pecador, como todos. En virtud de su poder metafórico, y sobre la base del conocido slogan ("llegó al lugar equivocado en el momento menos oportuno") John McClane se ha convertido en una figura del hombre que no encaja en ningún sitio, aquél sobre el que, por tener talento, razón o bondad, caen las críticas, los descontentos y las iras de los demás. Enfrentado a situaciones catastróficas en las que luchan diferentes grupos humanos, él tiene una visión de la que el resto de grupos carecen, deficiencia que retrasa la solución y propicia muertes evitables. La policía de L.A no le reconoce ni le entiende, el F.B.I no le entiende, el grupo de asaltantes no le entiende ni sabe quién es...una parábola sobre el genio y la soledad del hombre genial que tiene su escandaloso y reconocido referente en Gary Cooper y la película High Noon de Fred Zinnemann (1952). Es curioso ver a esa cultura reviviendo en tiempos de hombres que quieren ser santos, por cómo el paso del tiempo nos permite apreciar la sustancia y el verdadero fondo de tanta fibra, humor, idealismo y pólvora.
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