jueves, 15 de febrero de 2018

Raíces



En ocasiones nos irrita la mundanidad. Y como somos tan mezquinos, nos dejamos llevar por la bandera de nuestro corazón orgulloso. Algún hermano en alguna parte posiblemente entienda y comparta este sentir. Sabemos que no hay nada tan grande como servir a la Verdad, pero demasiado a menudo surge el impulso de utilizarla de mala manera. Que no sea así, hermanos, que Dios nos de poder para humillarnos y servir a los demás en vez de ser chismosos y mediocres representantes de la Fe. El caso viene por las exigencias y el compromiso laboral. Una profesora, de incuestionable competencia y buen trato para con su alumnado, me sugiere que debería aprender a "soltarme", porque, según ella, soy demasiado serio y rígido, por tanto necesito, según dice ella y su prisma mundano, tener "soltura". La seriedad no está reñida con el humor, así como el humor tiene cierta afinidad con el amor, mientras que la risa es una reacción nerviosa ( auténtica reacción psicológica a modo de defensa ante las chocantes imperfecciones de la realidad ) que nos ayuda a sobrevivir, pero a la vez nos acerca a las filas del Demonio. Le pese a quien le pese esto es así. A esta guapísima señora algunos de sus colegas de profesión la califican como "la profesora de las mariconadas", porque le encantan las "dinámicas de grupo", recurso pedagógico muy de moda en la formación reglada de nuestros días. A ella le encanta la risa y los chistes de dudoso gusto, hacer monadas, cocinar en clase, le gusta bailar y hacernos bailar. Yo me niego rotundamente a ello, y vuelvo a las raíces, a los maestros geniales que empezaron a abrirme paso hacia el buen camino, y me marcaron para siempre. Tal vez no sabemos decirle a los demás lo que significa ser de "la vieja guardia". Aquel antiguo maestro era serio y rígido, pero estaba lleno de saber y vida. Nos quería perfectamente rígidos, calladitos y sentaditos en el pupitre, sin pensar en otra cosa que hacer los deberes con la mayor perfección posible. No se andaba con tonterías: cuando el alumno se distraía o del algún modo olvidaba la disciplina, su mirada furiosa, de locura contenida, sus gritos, empujones, patadas a la mesa, disparos con tiza o libro de texto, nos petrificaba. Muchos hablaban mal de él, porque le tenían miedo, o porque les parecía que era demasiado arrogante, porque él era la clase de hombre que sabe que siempre tiene razón. Por desgracia, hoy en día ya casi no quedan hombres así dirigiendo las aulas. Os lo digo yo, aquel hombre, con todo, estaba lleno de amor, y su perfil estaba más cercano al anhelado equilibrio entre justicia y misericordia que las maneras habituales del "buenismo" dulzón e hipócrita. Seamos, pues, equilibrados, seamos justos, tomemos las armas de la Fe. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario