Pongamos que ninguna película - a excepción de otra que no vamos a mencionar ahora - refleja de forma tan clara y perfecta el espíritu y el legado de los años ochenta como lo hace Back to the Future. Durante mucho tiempo me he negado a incluirla en ésta bitácora por razones que resultarían bastante obvias si aplicáramos una mirada parcial, aquella desde la cual se entiende la historia de Marty Mcfly y de su ascendencia como paradigma de la ideología del éxito fundamentado en una competitividad agresiva y en la obtención de bienes materiales, entre otros mensajes pueriles como el referido al fumar y al beber como requisitos para tener clase. De hecho, el antológico puñetazo que George Mcfly le propina a Biff Tannen supone la exacta afirmación de ello. Ganarse a la chica a puñetazos era ganar la reputación, la clase económica a la que pertenecer y un hogar con hijos de buena profesión, limpios y educados. Es por esa verdadera peste por la que, hasta hoy, ha sido excluída de nuestro ideario. En cambio, ha sido a cuento de una especie de teoría del anti-bullying por lo que podemos verlo desde un ángulo diferente. Y es interesante porque, en los ochenta, antes de la actual cultura de la cobardía y la infantilización de la sociedad, no existía el bullying, sino verdaderas peleas por restaurar el honor personal y la identidad frente al adversario. Un adversario que en muchas ocasiones terminaba siendo una bendición para el chico que sufría algún tipo de abuso. Ni que decir tiene que la película de Robert Zemeckis es ante todo una maravillosa mezcla de caricaturas y estereotipos que no nos podemos tomar en serio, pero al loro con la ideología - porque la tiene - y con la transformación de George Mcfly consecuente a haber tenido la oportunidad de enfrentarse a Tannen. Las cosas no se resuelven a puñetazos, dicen hoy en día, y tienen razón, menos cuando es cuestión, como ya dijimos antes, de honor y, además, de hacer justicia en un momento y situación determinados. En aquella época la violencia era una forma de relación, de medir fuerzas y de conocer mejor al adversario y, una vez se gana el respeto mutuo, comienza una bonita historia de amistad entre quienes habían sido adversarios, a la vez que supone un verdadero rito de iniciación hacia la madurez. Por otro lado, Marty Mcfly es la plena figura del freak, bastante diferente de su padre George, pues Marty no necesita que le reciten una teoría del anti-bullying porque está abocado a vivir en el campo de batalla; vive en una familia en la que no encaja, en el colegio es un inadaptado, le encanta relacionarse con proscritos y con amigos raros, y vive fuera de su tiempo y de su época. Su sociedad con el inolvidable Doc Emmett Brown es la perfecta representación de nuestro amor por lo excéntrico y desmesurado, y de nuestro odio por la normalidad establecida. ¿Y qué sucede en la resolución final, cuando el padre aparece en plan cool, esa imagen terrible de mediocridad burguesa y vida adocenada?. Nada, simplemente un intercambio de estereotipos: del hombre apocado e idiota al hombre con clase y testosterona. O, ya más en serio, de una relación matrimonial basada en el sentimiento de lástima, a una relación de iguales, pues el sentir lástima daña a ambos progenitores, mientras que la madurez compartida hace que la relación matrimonial tenga un fundamento más firme.
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