"¡Bailando con lobos!, ¡Bailando con lobos!
Soy Cabello al Viento, y soy tu amigo.
¿No ves que soy tu amigo?
¿No ves que yo siempre seré tu amigo?"
Una historia que sigue conmoviendo y permanece década tras década. Un hombre que está siendo víctima de una civilización decadente (representada en el mortecino color azul del uniforme de la caballería "yanqui"), cuyo espíritu le guía a aventurarse hacia las tierras que están más allá de la última frontera, el salvaje oeste, el viento que peina la pradera y trae señales, las manadas de animales que viajan en libertad, las guerras en nombre de la familia, la tierra, el honor y la vida. La tierra gloriosa, en definitiva. Es posible que, en esta película, el registro del paisaje sea más relevante que el alma del protagonista, o que sea el espejo de ésta. Colinas y praderas inmensas son, ante todo, un estado mental, el del hombre que busca a Dios (o al Ser, desde una perspectiva filosófica) en las soledades de las tierras vírgenes. Entonces, la mujer ya no es un capricho, una necesidad o una diversión, sino el Destino, al igual que la amistad y la pertenencia a un grupo. Pero en primer lugar está la imagen que supo educarnos y dejar una impronta imborrable, la del guerrero aquel que en los últimos instantes de la película, y mientras nuestro protagonista huye de los apresurados avances de la civilización destructora, sostiene su arma con el brazo en alto, ubicado sobre las alturas de una peña, y lanza el grito de guerra que todo lo define y que hace el poema más bello y conciso de cuantos existen.
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