Arnold Schwarzenegger, Sylvester
Stallone, Chuck Norris, Clint Eastwood, Charles Bronson...hace
treinta años pocos fueron los visionarios que sabían que aquella
generación de niños y jóvenes (nuestra generación) encontraría
definitivamente a sus referentes del mundo de la ficción en cada uno
de los actores citados, y en otros más que irán surgiendo. En su
día, entre otras acusaciones o maledicencias, nuestros padres y
nuestras lumbreras intelectuales de la E.G.B decían de ellos que
representaban a lo último del fascismo (o nazismo) campando a sus
anchas desde Hollywood, y respaldados por la era Reagan. Mírenlo
como quieran, el caso es que o bien aquella gente no tenía ni idea
de lo que es el fascismo, o el fascismo emana de una fuente del
Espíritu. También era una cuestión de madurar y entender qué nos
estaba diciendo ese lenguaje sustentado en la brillantez de aquellos
músculos y en la caracterización del hombre que vive constantemente
en tensión física y psicológica frente a las asechanzas del
enemigo, siendo la perfección plástica del físico una expresión
visual de la fortaleza de la Voluntad y de la moral. Interpretaron a
personajes solitarios, sobrevivientes, de una moral anárquica,
enraizada en la libre conciencia y fuera de los márgenes de una
civilización demoníaca. En pocas palabras, el envoltorio externo
(la chupa de cuero, la fibra muscular, la mirada de tigre, las armas
y la rudeza estereotipada) sólo era un signo externo que, ahora sí,
nos conduce a una serie de lecciones sobre la guerra del Espíritu.
En último término, dado que obviamente todas estas creaciones
proceden de la cultura del Dragón, debemos subvertir la acción de
estos personajes de ficción para enderezar lo torcido y destacar los
valores pertinentes. Ahora bien, el arquetipo, con sus formas
externas, es esencial en sí mismo; durante décadas, fruto de la
rebelión del acné y de la propaganda del “buenismo”, hemos
rechazado a estas figuras a base de proclamar paz, amor y
edulcorantes posmodernos. Pero ya es la hora de ser verdaderamente
hombres duros, y de dejar de ser ciudadanos "formados e inteligentes".
A la luz de Cristo ahora sabemos que la vieja generación tenía
razón: el mundo está polarizado en Bien y Mal, los malos y los
buenos, y debemos entender el Bien. En el trasfondo de esas figuras
cinematográficas alienta el sentido del hombre-Roca, aquel que,
precisamente por ser duro, es el más sensible, el que sabe ceder a
tiempo o el que dispara con la pólvora del pensamiento exacto y
ecuánime.
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